sábado, 26 de noviembre de 2011

La Regenta - Leopoldo Alas "Clarín"



Leopoldo García-Alas y Ureña «Clarín» (Zamora, 25 de abril de 1852–Oviedo, 13 de junio de 1901) fue un escritor español.
Nació en Zamora el 25 de abril de 1852 en Zamora, donde se había trasladado su familia desde Oviedo, al ser nombrado su padre, Genaro García Alas, gobernador de la ciudad.Leopoldo fue el tercer hijo del matrimonio.


En la casa se hablaba continuamente de Asturias y su madre, Leocadia, con cierta nostalgia, contaba relatos de aquella tierra de sus antepasados (aunque ella tenía también hondas raíces leonesas). Este ambiente influyó en gran medida en el espíritu del niño Leopoldo que desde siempre se sintió más asturiano que zamorano, aunque a lo largo de su vida conservó un cariño especial por las tierras que lo vieron nacer.


A los siete años entró a estudiar en el colegio de los jesuitas ubicado en la ciudad de León en el edificio de San Marcos (actual parador de turismo).
Desde el principio supo adaptarse a las normas y a la disciplina del centro de tal manera que a los pocos meses era considerado como un alumno modelo. Sus compañeros lo conocían con el mote (sobrenombre) de «el Gobernador», por alusión a la profesión de su padre. Sus biógrafos aseguran que esta etapa estudiantil engendró en Leopoldo el sentimentalismo religioso y el principio de gran disciplina moral que fueron la base de su carácter. En este primer año escolar ganó una banda azul como premio y trofeo literario. La conservó toda su vida y se encontraba entre los objetos más queridos del museo familiar.


En el verano de 1859 toda la familia regresó a Asturias. Leopoldo descubrió con sus propios ojos la geografía asturiana de la que tanto había oído hablar a su madre. Durante los años siguientes Leopoldo se encuentra en libertad por las tierras de Guimarán, propiedad de su padre, donde aprenderá directamente de la Naturaleza y de los libros que encuentra en la vieja biblioteca familiar, donde entra en contacto por primera vez con dos autores que serán sus maestros: Cervantes y Fray Luis de León.


El 4 de octubre de 1863, a la edad de once años, Leopoldo ingresa en la Universidad de Oviedo en lo que se llamaban «estudios preparatorios», matriculándose en las asignaturas de Latín, Aritmética y Doctrina Cristiana. El curso lo terminó con la nota de sobresaliente y con la adquisición de tres buenos amigos: Armando Palacio Valdés, Tomás Tuero (que fue también escritor, traductor y crítico literario) y Pío Rubín (escritor).


Después de finalizar sus estudios en la Universidad, se trasladó a Madrid para hacer el doctorado, alojándose en una posada de la calle de Capellanes. Allí encontró a sus amigos de Oviedo, Tuero, Palacio Valdés y Rubín. El grupo fue pronto conocido como «los de Oviedo». Los primeros tiempos en la capital no fueron satisfactorios para Leopoldo que añoraba su tierra asturiana, las montañas y la bruma.


Años atrás había entrado en España la teoría del krausismo, de la mano del jurista y filósofo español Julián Sanz del Río, que había sido discípulo en Alemania de Karl Krause. Sanz del Río fue profesor de Filosofía del Derecho ejerciendo tal influencia entre sus alumnos que estos aplicarían el krausismo poniendo en marcha un movimiento ideológico intelectual que culminó con una gran reforma en la educación libre, con la creación de la Institución Libre de Enseñanza, no sólo en España sino también en Hispanoamérica, y en cambios relativos a la sociedad y a la política. Pero fue expulsado de la cátedra a instancias de Isabel II y alguno de sus ministros por considerar tal doctrina como peligrosa para la seguridad del régimen. Este hecho ocasionó un gran revuelo entre los jóvenes seguidores de Sanz del Río que siguieron transmitiendo sus enseñanzas a los siguientes discípulos. Krausistas destacados fueron Joaquín Costa, Francisco Pi i Margall, Nicolás Salmerón, Rafael María de Labra, Emilio Castelar y Adolfo Camus. Fue en la cátedra de este último y de Nicolás Salmerón donde Leopoldo se empapó de las ideas krausistas que hicieron nacer en él poco a poco, la duda religiosa y el escepticismo filosófico.


En la Cervecería Inglesa de Madrid se reunían en tertulia «los de Oviedo». Poco a poco el grupo se fue incrementando con jóvenes intelectuales apasionados como ellos por la libertad y las nuevas ideas. Uno de estos nuevos contertulios fue Leopoldo Cano (futuro escritor y autor de La Caida de Edgar). Durante aquel curso, Clarín se vio en constante lucha interior no sólo con el krausismo sino con el naturalismo literario y el liberalismo laico. Todavía tenía ciertas reservas, pero al finalizar el año, el mismo Clarín comenta que «su espíritu se había fortalecido» y había capitulado del todo, no sin antes emplear y poner su capacidad de crítico a la defensiva, actitud que ha de acompañarlo el resto de su vida.


Casi todos los biógrafos de Clarín vienen a estar de acuerdo en este punto: su caciquismo literario, algo tiránico. Desde su retiro de Oviedo llega a hacerse temer y respetar en Madrid y se da a conocer en Europa y en América. Fue un provinciano universal, aunque su ciudad, Oviedo, nunca comprendió su universalidad. Se lo consideraba como un hombrecillo nervioso y miope, que daba clases en la Universidad y que por las tardes jugaba al tresillo en el Casino. Los estudiantes lo temían por su severidad y la sociedad lo consideraba un ateo liberal.


Durante los últimos años de su vida, Clarín recibe gran cantidad de ofertas para colaboraciones así como peticiones de autorización para traducir su obra en nuevas ediciones. En 1900, la Casa Maucci de Barcelona, le encarga la traducción de la novela de Émile Zola Trabajo. La retribución es buena y Clarín piensa que una traducción no le dará tanto trabajo como escribir. Pero los tecnicismos y palabras difíciles del escritor francés, unido al perfeccionismo de Clarín hacen que el trabajo se alargue durante meses, agotando la poca salud que tenía en aquellos años. Traduce día y noche para cumplir con la fecha indicada por la editorial, agotado pero contento de poder contribuir en dar a conocer al «pensador más ultrajado de todo el siglo XIX».

Su obra cumbre: La Regenta (1884–1885)


Obra de gran extensión, ostenta cierta declarada semejanza con Madame Bovary, de Flaubert, y Ana Karenina, de Tolstoi, influencia a la que habría que añadir la del naturalismo y la del krausismo (corriente filosófica que pretendía la regeneración cultural y moral de España).


La Regenta se destaca por su gran riqueza de personajes y planos secundarios,así como el uso de la técnica del fluir de los recuerdos, mientras que el retrato de la protagonista queda delicadamente desenfocado y vago. Por otra parte, aquí la caída de la señora provinciana tiene lugar entre dos cortejadores muy diversos: el más seductor galán de la ciudad, que acaba triunfando, y un canónigo de la catedral. El retrato de este canónigo es pieza clave del libro.


Para la descripción del ambiente provinciano y del entramado de la vida colectiva —lo más naturalista de la novela— Clarín utiliza técnicas como el monólogo interiorizado (el monólogo interior nace más tarde, con Joyce y Dostoyevski) y el estilo indirecto libre, que hacen que la historia sea narrada por los personajes a través de sus pensamientos y que permiten penetrar en sus interioridades. Gracias a estas técnicas y un minucioso estudio del personaje en el medio (es decir la sociedad en la que vive) los personajes adquieren una cierta profundidad psicológica.


La bella Ana Ozones, hija de un revolucionario obligado a emigrar y huérfana de madre, a la muerte de aquél es recogida por dos tías hipócritas y santurronas, doña Anuncia y doña Águeda, cuya única inquietud por la joven se reduce a encontrarle un marido rico. Así, al cumplir los 20 años de edad la casan con don Víctor Quintanar, magistrado cincuentón, bueno, amable y culto. Ambos se marchan a Granada, pero poco después se instalan en la ciudad provinciana de Vetusta, pues don Víctor es nombrado regente de la audiencia en dicho lugar. Desde este momento todos conocen a Ana Ozores como la Regenta.
La diferencia de edad con su esposo, quien además se desentiende física y espiritualmente de ella, ocupado sólo en ir de cacería, criar pájaros y leer obras de teatro así como la carencia de hijos, son una amarga experiencia para Ana Ozores. Apasionada y sensual, sin poder satisfacer sus aspiraciones y necesidades junto a su esposo, se siente ahogada por el ambiente que la rodea. "Vivir en Vetusta la vida ordinaria de los demás, era encerrarse en un cuarto estrecho con un brasero; era el suicidio por asfixia".
Luego de ocho años de matrimonio estéril, insatisfecha, frustrada y vacía por la vida rutinaria de Vetusta, busca consuelo en la religión y en prácticas piadosas, inducida por su confesor don Fermín de Pas. Pero el trato frecuente de Ana con el sacerdote, joven de 35 años de edad, involuntariamente despierta en éste una pasión amorosa, de la cual ella se aparta horrorizada.
Don Álvaro Mesía, un donjuán provinciano, ignorante y veleidoso, desde tiempo atrás galanteaba a Ana Ozores sin que ella le prestara atención; pero al descubrir los sentimientos equívocos de su confesor, la desilusión y su propia debilidad de mujer joven e insatisfecha la impulsan a entregarse a aquel tenorio.
Cuando el confesor se entera de este hecho, cegado por los celos y el deseo de vengarse, se vale de la criada Petra para enterar al marido del adulterio de Ana. Luego de una dolorosa lucha consigo mismo, Víctor Quintanar reta a duelo a don Álvaro. Inesperadamente, Mesía mata a don Víctor y huye de Vetusta.
El desenlace de la obra es dramático: menospreciada por la mojigata e hipócrita sociedad de Vetusta a raíz de estos sucesos, Ana Ozores también sufre el rechazo de su confesor, el despechado don Fermín, a quien ella acude en busca de consuelo.
De estructura y trama sencillas, todos los críticos coinciden en afirmar que La Regenta es una de las mejores novelas españolas del siglo XIX, sobre todo por la profundidad con que en ella se trata la evolución psicológica de sus protagonistas, de lo cual resulta un análisis minucioso y definitivo de sus estados anímicos.
Por otra parte, el autor también hace vivir en sus páginas gran variedad de personajes con sus intrigas, desdichas, contradicciones, envidias y pedanterías, para conformar un complejo mundo narrativo de indudable riqueza, pintura realista del ambiente opresivo que reina en la provincia, cuyo mejor ejemplo es Vetusta.

No hay comentarios: