jueves, 9 de abril de 2009

Los Pilares de la Tierra



El título ya de por sí es revelador.
Una catedral gótica y su proceso de construcción sirven de excusa para la articulación de una historia que transcurre en la Edad Media, época de caballeros y escuderos, pero con un contenido sin anacronismos, en el que se entrecruzan sentimientos atemporales, como el odio, el amor, la venganza, o el miedo.

El punto de partida es el ahorcamiento de un personaje extravagante, y la maldición que su mujer perpetra a sus acusadores. Por otro lado, Tom, un constructor, y su familia, comienzan un viaje sin retorno por los tortuosos caminos de Inglaterra, tratando de encontrar trabajo. Tom aspira a participar en la construcción de un edificio catedralicio, es su gran sueño. A partir de ahí, se sucederá una cascada de acontecimientos, y nunca mejor dicho. No tenemos ante nosotros un manual de construcción, sino un libro donde las vivencias de los personajes ocupan un primer plano.

Una vez uno se adentra en la trama, no puede dejar de leer. Por su tamaño (casi 1400 páginas) es imposible acabar este libro en una sentada. Pero casi es de agradecer. Cada hoja de lectura supone un nuevo descubrimiento. Ken Follet, el autor, como todo escritor de best-sellers que se precie, hace que las acciones de los personajes se desarrollen a un ritmo rápido. No se pierde en descripciones innecesarias, y consigue que para entender la página siguiente sea imprescindible haber leído la anterior. Y esto, si ya de por sí es difícil en cualquier novela, en una de gran extensión lo es aún más. Otras novelas de Follet ("La Isla de las Tormentas", "El Valle de los leones") tienen una temática muy distinta. Son novelas ensalzadas por el márketing, de gran tirada, y rápida lectura. Lo que podriamos denominar como "fast food" literario. Y lo arriesgado de su apuesta se compensa con una historia que deja "un poco huérfano" al que culmina su lectura.

Los hechos históricos que rodean las circunstancias de los personajes (el naufragio del White Ship, la guerra civil entre Maud y Henry o el asesinato de Thomas Becket) sustentan la historia de ficción. Y así se revela el ingenio del autor para entremezclar elementos reales e imaginarios.

La lectura del libro no constituye una dificultad añadida, lo que sin duda ayuda a que la rapidez con que se termine sea mayor. Pero, a diferencia de otras obras caracterizadas también por poseer un gran número de páginas, no hay tramos aburridos en los que se esté deseando pasar a otros acontecimientos de la novela. El interés se mantiene casi a lo largo de todo su desarrollo. El resultado es una novela muy amena, enriquecedora y cautivadora. Un argumento original, basado en un rompecabezas inteligente de personajes que no defraudan. Intriga, historia, acción y amor. Una mezcla variada y efectiva.

Hace recapacitar sobre bastantes cosas. Como, por ejemplo, en que cualquier tiempo pasado no fue mejor. La barbarie en la época medieval, tan incivilizada y primitiva, era el pan nuestro de cada día. El sometimiento del siervo a la prepotencia del señor es una sensación desconocida para los que vivimos en pleno siglo XXI. Pero el escritor transmite esa idea a la perfección. La identificación con los protagonistas es genuina. Si bien en la actualidad, al menos dentro del mismo marco geográfico, no es posible encontrar circunstancias legales de tamaña índole, las sensaciones y las reacciones de los personajes frente a las injusticias que se suceden, son imperecederas: la impotencia ante el sufrimiento de los seres queridos, el drama de una relación imposible, la estupefacción ante la impunidad de las maniobras de los poderosos, el amor y el erotismo, el dolor y la muerte.

El escritor de la novela no se preocupa por ceñir, a la maniera de otros, el vocabulario de los personajes a la época en que viven. Pero eso los hace más cercanos. Es una historia de antes contada en la actualidad, como las leyendas que se transmiten de generación en generación, y que se adaptan a las nuevas formas de ser contadas.

Los héroes de la historia lo son por méritos propios, pero ya no por llevar a cabo grandes gestas. Sobretodo, por superar el día a día, por levantarse una y otra vez y sobreponerse a las dificultades. Por creer en una vocación, religiosa o profesional. Por tener fe en un sentimiento, en una persona, o en un ser superior. Y con la certeza de que se recoge lo que se siembra. Cada uno de ellos, por muy diferente que sea su escala de valores, es fiel a su objetivo. Los obstáculos, por insalvables que parezcan, no les hacen desistir. Persisten. Luchan. Y... ¿logran lo que buscan? Eso ya no es lo importante. Lo que cuenta es el modus operandi. Y lo que yo admiro.


Obra Maestra